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El mito de Moodle

Plataformas e-learning (LMS) gratuitas y comerciales

Junio de 2024
Imagen de Pixabay Autor: MemoryCatcher
Imagen de Pixabay Autor: MemoryCatcher
Autora: Georgina Cherta
Docente online y experta en Diseño pedagógico.
Acreditación y Dirección de proyectos e-learning y b-learning.
 
Merendaba con mi amiga Clara en una coqueta cafetería del centro de la ciudad. Clara es docente virtual independiente desde los inicios de internet y el mundo de la formación online. Un tiempo en el que aún no existían las redes sociales y hablar de e-learning era como hablar de extraterrestres. Es una buena docente que adora su profesión. Sus ojos se iluminan cuando habla de sus formaciones y de sus alumnos. Lo suyo es vocacional. Lo sé porque me formé con ella.
Me contaba cómo el uso de Moodle de forma generalizada estaba entorpeciendo su trabajo. Me trasladó su decepción y su pérdida de entusiasmo en cada proyecto educativo en lo que denominó “una escalada a la inefectividad, la pasividad y el conformismo”. Dijo que “la formación hoy día no es efectiva porque a los docentes no se nos dan los medios para poder hacer lo que realmente podemos hacer: fomentar el aprendizaje”. Me decía que “un profesor no enseña, sólo puede poner a disposición de los estudiantes los recursos necesarios que les permitan florecer. En realidad, no existe la docencia, sólo existe el aprendizaje. Y si los docentes no disponen de las herramientas correctas, no pueden hacer lo que mejor saben hacer, fomentar la curiosidad por aprender, permitir que el aprendizaje ocurra”.
Las palabras de Clara me hacían pensar en lo paradójico de la situación. Cuando parece que dominamos la formación online, resulta que estamos cometiendo un gran error.
Y me preguntaba de qué forma elegir una plataforma u otra influía en el trabajo de los docentes y en el aprendizaje de los estudiantes.

Contexto

La pandemia aceleró el acceso de las personas a la formación online en todos los ámbitos. Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos participado en cursos virtuales.
La mayoría de las empresas e instituciones imparten su formación combinando los distintos tipos: presencial, semipresencial y online. Aunque no nos hayamos fijado, cada curso utiliza un software distinto, un diseño diferente, una metodología propia. Pero todos los espacios en los que hemos cursado alguna formación tienen algo en común, son intuitivos. Es como un coche, da igual la marca, el color, el tamaño o el precio, nos subimos y podemos empezar a
conducir con tan solo unos minutos para situarnos. Aunque cada uno tenga determinadas funcionalidades distintivas, éstas se aprenden con el uso.
Y cada institución, empresa o autónomo escogerá aquella plataforma que considere más adecuada a sus necesidades de formación igual que cada persona comprará el coche más apropiado a su estilo de vida. Pero ¿realmente conocemos nuestras necesidades de formación? ¿escogemos una plataforma con criterio o nos dejamos llevar por la inercia?

¿Por qué es importante?

La correcta elección de una plataforma de aprendizaje o LMS condiciona el trabajo de los docentes y, en consecuencia, el impacto en el aprendizaje de los estudiantes. Como docentes virtuales trabajamos con la plataforma que la institución designa. No tenemos opción de elegir. Como emprendedores que queremos impartir nuestros propios cursos, ante la inseguridad de cómo nos irá nuestro proyecto, preferimos no “arriesgarnos” y optamos por seleccionar nuestra plataforma basándonos en el precio, excluyendo otros criterios. En ambos casos, como docentes no escogemos nuestra principal herramienta de trabajo. Nos adaptamos a lo que tenemos disponible o a lo que creemos que nos podemos permitir y lo hacemos lo mejor que podemos. No lo mejor que sabemos. Y esa inercia nos está llevando a formaciones que se cursan y se olvidan con rapidez. Cursos que resultan frustrantes para docentes y estudiantes porque no consiguen engancharnos, motivarnos, activar nuestra curiosidad, no consiguen que aprendamos, sólo son transmisores de información que nos entretienen. Nos parece bien porque el sistema se ha generalizado.
Es lo que todo el mundo hace, pero ¿y si lo que todo el mundo hace tiene una base errónea?

¿Cómo elegimos plataforma?

Empezamos siendo muy meticulosos y rigurosos. Nos informamos y sabemos que la prioridad es clarificar cuáles son nuestras necesidades y objetivos docentes. Los pensamos, los clarificamos y los anotamos. Seguimos navegando y encontramos muchas páginas web y blogs que nos informan detallada y extensamente sobre las distintas plataformas de formación que hay en el mercado. Hay algunas LMS que siempre aparecen independientemente de la página consultada. Tomamos nota de ellas.
Sabemos que existe software de código abierto y comercial. Inicialmente no descartamos ninguna opción. Nos abruma la cantidad de criterios que se mencionan como base para seleccionar lo que va a ser nuestra herramienta de trabajo principal. Cogemos aire y, tras mucho navegar, nos damos cuenta de que todos esos criterios se pueden reducir a cuatro si los clasificamos en función de dónde ponemos el foco.
 
Imagen de Pixabay Autor: Mysticsartdesign
 

Criterios para elegir una plataforma e-learning.

Si la atención la dirigimos a atender las necesidades de profesores, alumnos, administradores, etc., entonces nos basaremos en criterios organizativos de la institución.
Si nos interesa que facilite las distintas formas de impartir formación en función de la materia a aprender y de los estudiantes nos guiaremos por criterios pedagógicos.
Si consideramos que es vital tener en cuenta la compatibilidad de estándares, la integración de herramientas, la seguridad o la accesibilidad entre otros, entonces nos guiaremos por criterios tecnológicos.
Finalmente, si consideramos importante el tipo y número de licencias que necesitamos ahora y en un futuro, los recursos de los que disponemos y los costes que nos va a suponer, nuestro foco se centrará en criterios económicos.
A la hora de elegir buscaremos que estos criterios encajen con las características de una plataforma, aunque siempre pesarán más en nuestra decisión unos que otros.
Por supuesto, a estas alturas ya nos hemos olvidado por completo del listado de nuestros objetivos y necesidades docentes. Demasiados elementos que contemplar. Nos centramos en las funcionalidades de cada una de las plataformas mencionadas en las páginas que hemos visitado. Pero cuando hemos leído algunas de ellas ya nos sentimos perdidos entre los distintos datos, acrónimos, características y funciones. Todas nos parecen iguales.
 
Olvidamos la razón y hacemos caso a la inspiración del momento: a la impresión que nos haya producido la página web. Así reducimos nuestra elección a tres o cuatro plataformas que creemos nos podrían encajar.

¿Cuál elegir sin equivocarse?

Saturados de características, planes, ofertas, consejos y opciones entre productos que ya no se diferencian, volvemos a reducir de forma drástica nuestras opciones. Lo fácil, a estas alturas, es dejarnos llevar por dos caminos que confluyen. Guiarnos por un criterio económico, es decir, por el precio. Y por la falacia Argumentum ad numerum que se puede traducir por el chiste “coma caca, millones de moscas no pueden estar equivocadas”.
Evidentemente, quien gana la elección es Moodle, que tiene más de 400 millones de usuarios en 242 países. España es el que más sitios tiene registrados, con 14.010 de los 159.246 que existen en todo el mundo. Y es de código libre, por lo tanto, asociada a “gratuita”.

¿Cuál es el problema?

Tanto si es la institución la que escoge la plataforma que va a utilizar en sus cursos como si somos nosotros al emprender, nos dejamos llevar por lo que la mayoría hace y si suena a “gratis”, mejor. En el momento de escoger la herramienta que sostendrá toda nuestra formación olvidamos todo tipo de análisis previo, de criterios, de objetivos y necesidades educativas. Reducimos nuestras opciones a criterios de precio y, por supuesto, nos sumamos a lo que la mayoría hace. Y eso se traduce en una plataforma de código abierto, término que confundimos con gratuita. Entre las opciones, escogemos Moodle. ¿Recuerdas los millones de moscas?

Me centro en Moodle porque es la plataforma de código abierto que tiene mayor implantación en administraciones, instituciones y empresas, pero puede ser cualquier otro software de código abierto. Sea Moodle o cualquier otra, en ningún momento contemplamos que es un software muy complejo que cubre excesivas posibilidades si quiere cubrir las necesidades de todos sus usuarios. De esas posibilidades que nos ofrece Moodle, acabaremos utilizando un porcentaje minúsculo. Y no nos va a salir gratis.
 

Configurar la plataforma

En primer lugar, vamos a necesitar un servidor que tendremos que pagar religiosamente. En segundo lugar, es imprescindible que contemos con un equipo de informáticos que domine el software, su lenguaje y terminología, para que pueda configurar el espacio desde su inicio de forma que podamos hacer cambios globales en el software si nuestras necesidades cambian, que lo harán, o si nos hemos equivocado en el diseño inicial.
Montar los cursos es lo de menos. Lo que importa, porque es lo que nos va a traer problemas en un futuro, es cómo configuramos de inicio la plataforma.
 

Gigante con pies de barro

Ya sólo estos dos factores tienen un coste en recursos, en tiempo, en selección de personal, en configuración, en dinero. Y son cantidades que no podemos determinar fácilmente. Si la elección de plataforma y su configuración recae en una gran institución es evidente que puede asumir esos costes de recursos. Si somos nosotros como emprendedores, y partimos de unos conocimientos previos, podemos ocupar parte de nuestro valioso tiempo en configurar una plataforma de código abierto. El problema añadido es que todo nuestro futuro formativo va a quedar condicionado por el diseño y programación inicial de esa configuración. Si no lo hacemos bien podemos construir un gigante con pies de barro, algo así como un Frankenstein.

Diseño erróneo

Las consecuencias de ese diseño erróneo de una plataforma de código abierto es lo que mi amiga Clara encuentra en las formaciones que imparte para distintos empleadores.
Dispone de una plataforma, habitualmente muy aparente, con los colores y logotipo de la empresa o institución y, supuestamente con todas las funcionalidades que necesita para trabajar: unos foros de debate, un correo interno, un lugar para subir archivos, unas lecciones, un chat… Dependiendo de la institución encontrará unas herramientas u otras, en un lugar o en otro, pero ahí parece estar todo lo necesario para impartir la mejor formación aunque nadie le haya preguntado por el diseño de la misma y sus necesidades. También dispone de un teléfono o un correo electrónico al que acudir en caso de necesitar soporte.

Trabajar a ciegas

Los problemas aparecen cuando ya está metida en “faena”. Es como estar inmersa en una especie de polvo de hadas, una nebulosa de posibilidades infinitas que cambian según el contexto, el producto y el interlocutor. Puede suceder que los foros no sean visibles para todos los estudiantes. Que a algunos estudiantes le lleguen las distintas conversaciones a su correo electrónico y a otros no, independientemente de que el diseño pedagógico lo requiera o sea contraproducente. Que no siempre los mensajes internos son internos y pocas veces se tiene la seguridad de que llegan a los estudiantes, a quiénes, cuándo y si éstos los leen porque son visibles y accesibles. Que las estadísticas internas de navegación unas veces informan de unas cosas y otras de otras sin posibilidad de controlarlas. Que para algunas funcionalidades depende del criterio, experiencia y ganas de explorar de cada uno de los estudiantes para que configuren su vista de la plataforma. Esto, entre muchos otros “detalles”, provoca que tenga que trabajar a ciegas, con un grado de incertidumbre negativo para el proceso de enseñanza o aprendizaje.
Es como preparar un regalo y que no sepas si lo va a recibir la persona destinataria u otra, ni cuándo lo va a recibir, ni siquiera qué va a encontrar cuando lo abra.
¡Ah! y el departamento de soporte ante incidencias de este tipo no puede ayudarla. El diseño original es el que es y no se puede modificar sin alterar toda la estructura, eso sin mencionar que no cuentan con los permisos suficientes para hacerlo.
 

¿A quién afecta?

Todos estos inconvenientes no se pueden resolver si el diseño inicial es erróneo y se han generado los cursos, o se han aplicado las actualizaciones, sobre él. Los informáticos pueden modificar algunas cosas, activar o desactivar funcionalidades, cambiar el orden o la apariencia de algunos recursos, pero hay muchas cosas importantes que afectan al diseño pedagógico de los cursos que no pueden resolver.
¿Por qué sucede esto? Sucede porque desde el inicio no se han contemplado correctamente todas las funcionalidades que vamos a necesitar. Y ¿qué consecuencias tiene? El hecho de tener que trabajar con una plataforma que no está alineada con las necesidades del diseño pedagógico de un curso afecta al docente y al estudiante y, por extensión, al departamento de informática en forma de quejas y reclamaciones.

Docente

Al docente le genera más trabajo porque tiene que improvisar sobre la marcha, dando al traste con su diseño pedagógico pensado para impartir determinada materia a unos estudiantes concretos. El docente ha dedicado muchas horas para diseñar objetivos, resultados de aprendizaje, materiales, actividades y evaluación y, en función de ese diseño ha tenido que pensar cómo, cuándo y por qué va a presentar todo eso a los estudiantes. Si la plataforma no le permite hacer lo que necesita para impartir con coherencia su curso, el objetivo pedagógico se va al traste. Pero es que, además, según el grado de “sofisticación”de la plataforma, el docente va a necesitar algún curso de formación para saber qué ha cambiado con la última actualización. ¿Tiene lógica que un docente tenga que recibir un curso para aprender todas las nuevas funcionalidades de cada plataforma con la que trabaja?.

Estudiantes

A los estudiantes les repercute, aunque no sean conscientes de ello (y no lo son), porque no les puede llegar la información que necesitan en el momento en el que la precisan para construir un corpus de conocimientos de tal forma que vayan procesando e interiorizando el contenido, enriqueciéndolo y construyendo un pensamiento crítico. No les permiten florecer ni disfrutar de un aprendizaje significativo mediante la reflexión y la comprensión. En lugar de eso, reciben contenidos, información, que no es posible retener más allá de unos cuantos días. Eso sí, habrán estado entretenidos, pero no educados. ¿Es este el tipo de formación que queremos para nuestros hijos, para nosotros, para nuestros empleados, para nuestros clientes?

¿Ese es el tipo de formación que queremos?

Yo creo que no.
Creo que se ve claramente que todo parte de un diseño: del diseño de una plataforma de formación y del diseño de los cursos. Y los dos se complementan de tal manera que, si uno falla, falla todo. Es evidente que, si se diseña bien la plataforma desde el inicio, podrá acoger el diseño de cualquier curso, independientemente de que aquella sea de código abierto o comercial.
Pero si las personas que deciden qué plataforma utilizar no son expertos tanto en plataformas de código abierto como de los distintos diseños pedagógicos de los cursos que se van a impartir, el escenario será el descrito. Y eso es lo que ocurre en la mayoría de las instituciones: el que decide no es experto, ni tiene porqué serlo, en diseño pedagógico y mucho menos en código abierto de la plataforma que elija. Además, toma la decisión sin consultar a sus docentes.
Seguramente te estarás preguntando por qué, si toda la estructura está afectada desde los cimientos, Moodle es la plataforma más utilizada. Buena pregunta. A mí se me ocurren dos posibilidades, pero seguro que hay más y que la respuesta correcta sea multifactorial.
Una de ellas es que, aunque el docente se queje, no puede cambiar nada y hace lo más inteligente para su salud mental: adaptarse. Así, mientras los cursos se sigan impartiendo y los resultados de la encuesta de satisfacción de los estudiantes sea favorable, la institución no hará nada por cambiar. La segunda tiene que ver con el comportamiento humano y con la coherencia cognitiva. Nos gusta vernos como seres racionales que toman buenas decisiones, así que no admitimos habernos equivocado en la elección de la plataforma y achacamos los problemas o defectos a la incompetencia de los demás. Es lo que llamamos la racionalización post-compra.

¿Cuál es la solución?

Si conocemos nuestros objetivos y necesidades docentes, podremos escoger la plataforma que se ajuste como un guante a nuestro proyecto docente.
Si, teniendo claros nuestros objetivos y necesidades, nos inclinamos por LMS de código abierto, es imprescindible que tengamos recursos, tiempo y personal muy cualificado en plataformas de código abierto.
Pero, si dudamos de las necesidades que tenemos, si tenemos varios diseños pedagógicos que cubrir o si no sabemos cómo vamos a orientar los cursos, si estamos empezando, si nuestros recursos son limitados o escasos y, lo más importante, si carecemos de personal altamente cualificado, lo más sensato es contratar una plataforma comercial que va a solucionar antes de que se produzcan todos los problemas que van a surgir con una plataforma de código abierto.
 
¿Por qué?

En primer lugar, porque el coste es controlable. La mayoría de las plataformas tienen distintos planes de contratación en función de tus necesidades. Ese coste mensual, semestral o anual es fijo y fácil de controlar y asumir. Y en él se incluye toda una serie de servicios que tú tendrías que contratar por separado. En segundo lugar, ellos sí tienen en cuenta los diseños pedagógicos que puedas necesitar en tu plataforma y están preparados para ofrecerte los servicios que necesite tu equipo docente a medida que surjan. En tercer lugar, te evitas muchos quebraderos de cabeza en forma de resolución de problemas y quejas. En cuarto lugar, su puesta en marcha es casi inmediata.

Elegir una plataforma de código abierto o comercial es como reformar tu cocina.
Puedes hacerlo tú o contratar a un experto que se encargue de todo. Si lo haces todo tú tendrás que medir el espacio y decidir el diseño para que sea lo más funcional posible, buscar quien venda los muebles que te gustan y necesitas en las medidas que precisas. Tendrás que comprar los azulejos que quieres. Tendrás que buscar un fontanero, un electricista, un albañil, un pintor. Coordinar tiempos y asumir que cada profesional cumpla su parte del trato. Te tocará lidiar con problemas e imprevistos, con envíos fallidos, materiales defectuosos, retrasos y mil detalles más. Y seguramente el tiempo y el precio final superarán tus previsiones iniciales. Si contratas a un profesional, inicialmente pensarás que te sale más caro pero, a la larga, será la mejor inversión que hayas hecho.

No te dejes deslumbrar por el mito de Moodle. En realidad, sí hay un valor distintivo en la comparación de productos indiferenciados, sean plataformas o empresas dedicadas a la reforma de tu cocina: las personas que lo gestionan y sus valores. Habla con ellos, déjate guiar por sus consejos y por tu intuición. Acertarás.
 
                                      Imagen de Pixabay Autor: Gerd Altmann
 

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